13/4/09

Para aquellos que en Suiza ocupan hoy el lugar de mis ancestros

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Me perdonará usted por no responder a sus reiteradas misivas acerca de lo que sucede en su querida patria ancestral en tiempos de crisis y desamores patrios. Comprendo su agravio que le provocó la reciente emisión que difundió la TV suiza de expresión francesa: “Suizos de origen, sin dinero no hay patria”. Lo consuelo compadre diciéndole que usted no ha sido el único en reaccionar con amargura y a guisa de ejemplo, le transcribo esta carta, que resulta más expresiva de lo que yo mismo le pueda contar. Le deseo buena lectura: (Aldu)

La Suiza que amamos vive en nuestros corazones

“El amor se lleva en el corazón, y el querer en la mente. La semilla del amor la sembraron aquellos nuestros padres, madres, abuelos y abuelas, aquellos fueron los que sembraron la semilla de sentirnos parte de Suiza, esta Suiza que hoy se empeña en no aceptar a sus hijos.

¡Cuánto dolor sentirán nuestros abuelos, que están seguramente en el cielo al ver como la madre patria se olvidó de ellos! Y ahora quiere borrar a sus descendientes. Triste para aquellos pioneros que añoraron su patria y que la clavaron en nuestros corazones como ejemplo y baluarte de rectitud.

Triste para aquellos que forjaron en nosotros, sus descendientes el querer y amar esa lejana tierra; ellos que vinieron con la esperanza de forjar una nueva vida, sin olvidar sus raíces su forma de vida y costumbres. Ellos cultivaron en nosotros el amor por un país que no es el mismo de hoy, sino aquella Suiza que era cuando la dejaron.

Hoy muchos suizos se preguntan, ¿porqué con tanta fuerza los descendientes quieren ser considerados? A ellos les respondo: La semilla sembrada en mi corazón la sembró una mujer suiza del vientre que nací, y ¿debo renunciar a esto por el capricho de aquellos que viven en un país tan distinto al que vivieron nuestros abuelos y a esa Suiza que añoraron cada día de sus vidas en estas lejanas tierras?

Los que aquí vinieron, nuestros ancestros, sembraron en nosotros este sentimiento y que hoy toma fuerza por la facilidad en la comunicación, que nos acerca de forma extraordinaria y de la que no pudieron disfrutar nuestros abuelos.

Hoy muchos hemos podido viajar a Suiza y estar en la cima de los Alpes, sueños de aquellos que vinieron a estas tierras y que no pudieron regresar, para muchos pioneros ni siquiera existe una lápida en algún cementerio, tal vez sólo un árbol crecido junto a una tumba en una concesión olvidada, como único testigo. Ellos añoraron tanto su patria y se devoraron cada carta o periódico que recibían de allá; hoy nosotros tenemos el privilegio de contar con esta comunicación maravillosa que nos permite conocer y comprender lo que nos enseñaron y contaron nuestros antepasados.

Esos ancestros cultivaron en nuestros corazones el amor por Suiza; fueron ellos los que nos dejaron ese legado en lo más profundo de nosotros, legado que hoy algunos de sus habitantes no comprenden, pues ellos no saben lo que es vivir lejos de la patria ni sufrir por ella como nuestros abuelos dejados en el abandono es estas lejanas tierras, las que con mucho esfuerzo y tesón lograron algunos subyugar. Muchos murieron en el intento, esto no lo saben aquellos que solo miran de lejos y no entienden lo vivido por aquellos, ni conocen en profundidad lo que fue la emigración suiza en estas latitudes.

¿Yo te pregunto suizo de Berna, Zürich, de Argovia y de toda Suiza, quién ocupa ahora el espacio que era de mi abuelo? No deseo quitarte ese lugar, pues hoy no lo necesito, pero el espíritu de mi abuelo es mío, lo he heredado de aquél que vino desde allá a esta tierra y nada ni nadie me puede quitar ese vínculo tan profundo.

La mayoría de nosotros desea la nacionalidad por ese amor que sembraron nuestros ancestros en nuestros corazones; es un derecho que deseamos para sentirse parte de ellos, que nos dieron la vida, ya que por nuestras venas corre su sangre y en nuestros corazones vive la semilla que ellos sembraron.

Podrá borrarse la tinta del papel, tal vez mañana ya el pasaporte no sea rojo ni tenga una cruz blanca, y después de una guerra puede que cambien las fronteras, mas la semilla en mi corazón permanecerá para siempre sintiendo y amando a aquellos que me enseñaron a amar y a querer.

Swisslatin / Ricardo Fernández Schneider